Los dones del Espíritu Santo (2): el don de inteligencia

Fuente: FSSPX Actualidad

San Agustín iluminado por el Espíritu Santo

Mientras la Iglesia y sus hijos se preparan para celebrar la venida del Espíritu Santo en esta Vigilia de Pentecostés, FSSPX.Actualidad propone a sus lectores descubrir un poco mejor estos siete dones concedidos por la bondad de Dios a nuestra alma para santificarla. Después de descubrir por qué esta santificación se llama don o espíritu, consideremos los 7 dones divinos comenzando por el don de inteligencia.

Santo Tomás compara el don de inteligencia con la luz innata que Dios pone en nosotros para descubrir la verdad, llamada intelecto de los primeros principios o bien “inteligencia”. Explica que este don “nos hace ver claramente que nada de lo que aparece en el exterior nos permite desviarnos de la fe”. El fruto de este don es la fe, no la virtud teologal, sino una especial certeza de la fe.

De esta manera el alma se perfecciona para que proceda sin confusión ni mezcla de errores. Por eso, entre las bienaventuranzas, la pureza de corazón corresponde, según Santo Tomás, al don de inteligencia. Pureza significa aquí alejarse de las representaciones sensibles y de los errores, para que las verdades de Dios se reciban correctamente. 

San Agustín cuenta en sus Confesiones que, en su juventud, cuando ya había salido del error maniqueo, no podía “concebir otra sustancia que la que se ve con los ojos” y que entendía a Dios como “una sustancia corpórea que penetra el mundo en toda su extensión, y se extiende, fuera del mundo, hasta el infinito”. De este error fue gradualmente liberado, liberación que debe atribuirse en parte al don de inteligencia. 

El don de inteligencia está especialmente ordenado a la contemplación

El don de inteligencia es particularmente útil para la contemplación, porque a través de él el Espíritu Santo agudiza la inteligencia, la hace más sutil y le permite avanzar en la luz, incluso cuando se mueve en las tinieblas de la fe. Al hablar de contemplación, no hay que imaginarse únicamente a los grandes místicos: está destinada a todos aquellos que poseen este don y se inclinan ante sus inspiraciones.

El don de inteligencia ilumina la inteligencia de tal manera que esta puede conocer y penetrar directamente en las cosas espirituales por cierta connaturalidad y experiencia. Esta connaturalidad se logra mediante el afecto: esto es lo que produce el don. Así dice el salmo: "Probad y ved qué bueno es el Señor" (Sal 33, 9).

Así, el don de inteligencia nos permite conocer las cosas espirituales de manera mística en virtud del amor que connaturaliza y une a Dios, y experimentar las cosas divinas: este movimiento del Espíritu Santo por su don tiende a la experiencia mística y experimental, o afectiva.

¿A qué objetos se extiende el don de inteligencia? A los objetos “ocultos”, en los que la luz natural de nuestra mente no penetra suficientemente. Por ejemplo, la percepción de que, en la sagrada Eucaristía, bajo los accidentes del pan (tamaño, sabor, color, etc.) ya no hay pan. O los diversos significados de la Sagrada Escritura. O incluso la redención por la pasión de Cristo. 

Los dones del Espíritu Santo están siempre presentes en el Cielo

Los dones del Espíritu Santo, en general, y el don de inteligencia, en particular, siguen existiendo en la patria, es decir, en el Cielo. Ya no produce exactamente la misma acción, sino que participa del perfecto conocimiento de Dios, según se le conozca por sus efectos o en sus efectos. Es un conocimiento “complementario” a la visión beatífica, de la cual se deriva.

De la visión de Dios surge el amor íntimo de Dios y el gozo que de ella se deriva: de este gozo brota un cierto conocimiento afectivo y experiencial no solo de Dios en sí mismo (la visión beatífica), sino de Dios gustado y experimentado o tocado dentro de nosotros.

Juan de Santo Tomás, Los dones del Espíritu