Pureza Inmaculada

Fuente: FSSPX Actualidad

Vemos a diario como la impureza se ha desbordado y ha invadido cada rincón de este mundo. Y lo más triste es que esta infección encuentra raíces muy hondas en nosotros mismos, por el desorden que contrajimos por el pecado original. Entonces, ¿A dónde volver nuestros ojos?... ¡Mirad, … mirad! Allá podemos ver un espectáculo que admira a los ángeles y les hace exclamar: “¿Quién es esta que se eleva pura como la aurora?” … Y el mismo Dios dice de Ella lo que no ha dicho de ningún otro santo: “Toda eres hermosa, y en ti no hay mancha alguna.”

¡María! María es la única criatura absolutamente pura, perfectamente santa, gloria del linaje humano, honra de nuestra raza, alegría de la tierra, consuelo del pecador, admiración de los ángeles y objeto de la plena complacencia de Dios. Pero ¿nos hemos dado cuenta de que toda la grandeza y perfección de María nace y se compendia en el misterio de su pureza?

La pureza es la síntesis de todos sus misterios. La pureza es la unidad de todas sus virtudes.  La pureza es la fisonomía encantadora de su alma. Así como la luz se quiebra en todos los colores, y todos los colores se sintetizan en la luz, así en María Santísima, es de su pureza que nacen todas sus perfecciones, y todas ellas se unifican y sintetizan en la pureza. La pureza es la perfección de toda virtud, porque las virtudes se van perfeccionando en la medida que se unifican. Y toda virtud nace de la pureza porque es un principio general que donde una perfección se consuma de ahí también nace. Dios es el último fin y también la causa primera. Todo nace y todo se consume en la plenitud de su ser, que no es otra cosa que la pureza divina.

¡Felices las almas que a pesar de gemir bajo el peso de todas las miserias humanas, tiene hambre y sed de pureza; felices, porque su hambre y su sed serán saciadas! Felices, porque esos deseos son una prueba de la predilección de María. Ella los ha puesto ahí. Y no puede ser de otro modo pues así llamamos a María Santísima: Ella es LA Virgen, solamente Ella es la Inmaculada.

Ya es mucho decir que en María no hubo mancha alguna. Privilegio tan grande, que es único: Ella es la única criatura de la cual puede afirmarse que es absolutamente Inmaculada. La Iglesia presenta a otros santos como modelos de pureza y les da títulos especiales –el Castísimo José, el Doctor Angélico, etc.- pero sólo a María la llama Inmaculada.

Y sin embargo, tratándose de la pureza de María, esto es menos de lo que se puede decir, pues no es más que aspecto negativo -la carencia de mancha-, de una pureza eminentemente positiva. Para expresar esta pureza debemos repetir el mensaje que el mismo Dios envió a María: ¡Ave, gratia plena! ¡Llena de gracia!, es decir, llena de Dios, llena con una plenitud que no conoce límites, a no ser los que necesariamente tiene lo creado; llena con una plenitud desbordante que se derrama por todo el mundo, pues “toda la gracia que llena el alma de Jesús, toda esa gracia llenó también, aunque de distinta manera, el alma de María”[1] de modo que la gracia que ha justificado y santificado a todas las almas, de todos los tiempos y hasta el fin del mundo, toda esa gracia ha estado antes en María –plena sibi, superplena nobis-; llena de Dios a tal grado que pudo con toda verdad llamar Hijo al que es Unigénito del Padre; llena de Dios de tal manera que más que nuestras raquíticas virtudes humanas, María poseyó una participación tal de la perfección divina, de la pureza de Dios, que en Ella se unifican todas las virtudes en la simplicidad, en la luz de una pureza incomparable: ¡Ave, gratia plena!

Cuando de María se dice que es pura, purísima, no queda más que decir. Su fe no es más que la pureza de su entendimiento, que sólo ve a Dios. Su esperanza no es otra cosa que la pureza de sus deseos, que sólo buscan a Dios. Su caridad es la pureza de su corazón, que sólo ama a Dios. Su oración es el perfume de su pureza que embriaga el corazón de Dios. Su sacrificio es la pureza de su dolor. Y su gloria, no es, sino el fulgor, el esplendor que su pureza irradiará eternamente: ¡Ave, gratia plena!


[1] “In Mariam totius gratiae quae in Christo est plenitudo venit, quamquam aliter” (S. Hieronymus, “De Assumptione BMV”)