Fiesta de la Preciosísima Sangre de Nuestro Señor Jesucristo

Fuente: FSSPX Actualidad

Juan Bautista mostró el Cordero, Pedro fortaleció su trono, Pablo preparó a la Esposa: un trabajo común, cuya unidad fue el motivo que vincularía a los tres en el Ciclo Litúrgico. Una vez asegurada la alianza, los tres regresan a las sombras; y sola, en las cumbres donde la han establecido, aparece la Esposa sosteniendo en sus manos la copa sagrada del banquete de bodas.

Este es el secreto de la celebración de hoy. La Iglesia ha revelado ya a los hijos de la nueva Alianza, el precio de la Sangre con que fueron rescatados, su virtud fortificante, y la honra y adoración que merece. 

El Viernes Santo, la tierra y los cielos contemplaron todos los crímenes anegados en la ola de salvación, cuyos diques eternos habíanse roto, por fin, con el esfuerzo unido de la violencia de los hombres y del amor del Corazón divino. 

La fiesta del Santísimo Sacramento nos ha visto postrados ante los altares en los que se perpetúa la inmolación del Calvario y el derramamiento de la Sangre preciosa, convertida en bebida de humildes y en objeto de los honores de los poderosos de este mundo. Con todo eso, he aquí que la Iglesia nos invita de nuevo a los cristianos a celebrar los torrentes que fluyen de la fuente sagrada. 

Quiere decir con esto que las solemnidades precedentes no han agotado el misterio. La paz traída por esta Sangre, la corriente de sus ondas que saca de los abismos a los hijos de Adán purificados, la sagrada mesa dispuesta para ellos, y este cáliz de donde procede el licor embriagador, todos estos preparativos quedarían sin objeto, todas estas magnificencias serían incomprendidas si el hombre no viese en ellas los efectos de un amor cuyas pretensiones no pueden ser sobrepujadas por ningún otro amor. 

La Sangre de Jesús debe ser ahora para nosotros la Sangre del Testamento, la prenda de la alianza que Dios nos propone la dote ofrecida por la eterna Sabiduría al llamar a los hombres a la unión divina, cuya consumación en nuestras almas prosigue sin cesar el Espíritu santificador.

"Confiemos, hermanos míos, nos dice el Apóstol; y por la Sangre de Cristo entremos en el Santo de los Santos. Acerquémonos con corazón sincero, con fe plena, enteramente limpios, con esperanza inquebrantable; porque el que está comprometido con nosotros, es fiel. Exhortémonos cada uno con el ejemplo al acrecentamiento del amor" (He. 9, 20).

No debemos dejar de recordar aquí que esta fiesta es el memorial de una de las más brillantes victorias de la Iglesia. Pío IX fue expulsado de Roma en 1848 por la revolución triunfante; por estos mismos días, al año siguiente, volvió al poder. 

El 28, 29 y 30, con la protección de los Apóstoles, la hija primogénita de la Iglesia, fiel a su pasado glorioso, arrojó a sus enemigos de las murallas de la Ciudad Eterna; el 2 de Julio, fiesta de María, terminaba la conquista. En seguida un doble decreto notificaba a la Ciudad y al mundo el agradecimiento del Pontífice y la manera con que quería perpetuar por la sagrada Liturgia el recuerdo de estos sucesos. 

El 10 de Agosto, desde Gaeta, lugar de su refugio durante la lucha, Pío IX, antes de volver a tomar el mando de sus Estados, se dirigió al Jefe invisible de la Iglesia y se la confiaba por la institución de la fiesta de este día, recordándole que, por esta Iglesia, había derramado toda su Sangre.

Poco después, de nuevo en su capital, se dirigía a María, como lo hicieron en otras circunstancias S. Pío V y Pío VII; el Vicario de Jesucristo devolvía a la que es Socorro de los cristianos, el honor de la victoria ganada el día de su gloriosa Visitación.